martes, 31 de julio de 2007

Seguridad humana y paz positiva.Necesarios conceptos de las Ciencias Políticas.

Un informe reciente, publicado en EL HERALDO, dice que en Barranquilla cuando se pagan las quincenas aumenta ostensiblemente los casos de agresiones físicas —riñas, lesiones personales—. La mayoría de los victimarios y víctimas se encontraban bajo los efectos del alcohol. Los borrachos amanecidos son los mayores responsables de los accidentes de tránsito y de las reyertas. Los antropólogos llaman a estas conductas, que no benefician a nadie y perjudican a todos, rasgos disfuncionales de la cultura. Es evidente que estamos sumergidos en un ambiente de violencia cultural que estimula a la violencia física. A través de la comunicación y el lenguaje se justifican, se apoyan a las acciones violentas. En nuestra cultura popular abundan canciones, cuentos, chistes, refranes que se burlan del débil y legitiman la violencia; hacen apología al maltrato a mujeres, a niños, a ancianos. Incitan al machismo, a contraer hábitos violentos. Los medios masivos participan igualmente con la trivialización de la violencia. Éstos promueven el beber licor como una actividad cultural necesaria para confirmar que ‘sigo siendo el rey’. Algunos periodistas, medios radiales y televisivos que se lucran con la publicidad de las marcas de licor critican las consecuencias de los desafueros, olvidando convenientemente sus responsabilidades como promotores del excesivo y descontrolado consumo de alcohol entre nuestra población.


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El panorama no mejora si a ésta violencia física de los borrachines quincenales le sumamos otra violencia: la pobreza. Como violencia activa de la estructura social, la pobreza es violencia estructural. Por lo expuesto, se puede decir que en nuestro entorno, con tanta necesidad colectiva insatisfecha, la denominada seguridad humana no existe. Recordemos que por seguridad humana se entiende la protección a las personas de todas las formas de violencia. Es decir, la seguridad humana es el goce simultáneo de la seguridad económica, la seguridad alimentaria, la seguridad en la salud, la seguridad ambiental, la seguridad personal, la seguridad de la comunidad y la seguridad política.Algunos sectores de la sociedad afectados por la violencia física de la delincuencia piden más seguridad. ¿Se refieren sólo a solicitar más seguridad policial? Cuando se escucha decir a los gobiernos que están consiguiendo la seguridad de las instituciones políticas ¿se refieren sólo a más seguridad para el Estado?

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Cuando los gobiernos de los Estados logran acabar con un conflicto bélico manteniendo vivo el conflicto social que lo generó se dice que esa sociedad únicamente alcanzó una Paz Negativa —paz como ausencia de guerra—. Cuando una sociedad termina con la violencia estructural y logra la seguridad humana para sus ciudadanos se dice que alcanzó la Paz Positiva. Lo ideal es obtener la paz estructural entendida como ausencia de violencia estructural. Los anteriores conceptos nos permiten preguntarnos: ¿cuál paz? ¿Cuál seguridad se solicitó en las manifestaciones recientes de la población colombiana? ¿Tiene sentido realizar manifestaciones públicas para sólo gritar al cielo que se quiere la paz, sin precisar a cuál paz nos referimos?
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Todas las personas tienen el derecho a la queja, pero ésta es inútil sino no va acompañada de una delación de las causas que la motivan. Es ingenua si no denuncia a los responsables de lo protestado. Es infantil si no propone soluciones, si no va acompañada de una propuesta de cambio que supere la injusticia que motivó la acción pública de rechazo. A diferencia de algunas manifestaciones recientes, los indígenas del sur del país que marchan hacia Bogotá proponen la negociación política para que cese la violencia armada, ofrecen sus territorios para un despeje que permita el acuerdo humanitario. ¿Será que exclusivamente los indígenas, los campesinos y las comunidades afrodescendientes que sufren directamente el conflicto bélico interno tienen la suficiente claridad de cuál es la solución a la actual calamidad que padece el país?
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Cuando se pactan acuerdos de paz sin tener en cuenta las normas constitucionales y legales se corre el riesgo de que acontezca lo que actualmente sucede con la no adecuación de las conductas punibles de los desmovilizados al tipo penal de sedición. Surgen algunas preguntas. Firmar unos acuerdos y aprobar una Ley a sabiendas de su inconstitucionalidad e ilegalidad ¿no es una presión indebida a la Corte? Por su fallo en Derecho la quieren hacer aparecer ahora ante la opinión pública, injustamente, como contraria a la paz.
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¿Qué seguridad jurídica podemos tener los barranquilleros después de saber que en la ciudad no hay garantías suficientes para llevar a cabo un juicio con imparcialidad y sin presiones indebidas?
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Publicado en EL HERALDO

lunes, 16 de julio de 2007

El caminar simbólico del ‘profe’ Moncayo

“Lo único que busco es el acuerdo humanitario” es lo que repite con cada paso que da el profesor Gustavo Moncayo en su caminar hasta Bogotá. Es un padre que clama por un entendimiento que permita que su hijo Pablo Emilio, suboficial del Ejército secuestrado por las Farc en 1997, recobre su libertad. Al ser víctima de una injusticia, que no ha sido resuelta por los causes legales de la democracia representativa y electoral, emprende su caminar simbólico como una acción directa, legítima y radicalmente democrática. Superando la resignación y la pasividad generalizada, comienza la marcha —que en sí misma es un resultado— con un programa constructivo.
Su intervención rotunda no se limita a ser una expresión de dolor. Tampoco es sólo una manifestación de rabia, es una propuesta de solución. Su acción no violenta busca una salida a una infamia, lleva implícita un proyecto de conciliación. Su lucha —sin mediaciones ni delegaciones— visualiza el conflicto, provoca la reflexión de la ciudadanía; sensibiliza a la opinión pública, crea condiciones favorables para que se produzca un diálogo entre las partes que se han mostrado intransigentes en sus posiciones.
En un país donde algunos ciudadanos impulsados por su ilusión de paz piden más guerra, el ‘profe’ con el mensaje amigable de su accionar simbólico confiere una lección de cordura. Con su acto ejemplarizante desafía al discurso belicista utilizando su sonrisa como instrumento de comunicación eficaz. Su marcha es una expresión de potencia desde un escenario público no estatal. El ‘profe’ piensa en situación, poniendo el cuerpo ensaya con entusiasmo una diplomacia desde abajo. Es una impactante misión con un alto contenido de sentido humano. Coloca en aprietos al Gobierno que debe estar pensando qué responderle a este humilde colombiano que está recibiendo la solidaridad espontánea de la gente en todos los sitios por donde transita. ¿Qué podemos esperar de las Farc? ¿Responderán a las peticiones del ‘profe’?

Con su singular actuación pacífica, el ‘profe’ ha atraído a los medios que buscan afanosos ‘el espectáculo’, ‘la historia’, ‘al personaje’. Al trascender lo privado, ha alcanzado una notable significación social que le confiere connotaciones de pedagogía política. Todas las víctimas de las violencias —la estructural y la delincuencial— emergen ahora visibles; empiezan a animarse, a contagiarse, se asumen como interlocutores válidos y legítimos en la búsqueda de las soluciones a sus conflictos.
Este mismo estilo de acciones directas pacíficas las hemos visto en algunas marchas que jóvenes, estudiantes y artistas han realizado últimamente. Cada vez más adoptan un modo fiestero de protesta; realizan teatro de calle, parodias, exhibiciones de arte autogestionadas. Este artivismo, con su crítica cultural pacífica, procura no ofrecer pretextos para que se le reprima con violencia.

En nuestra cultura hemos aprendido de manera nefasta que los conflictos se resuelvan con violencia. Algunas víctimas desesperadas se exaltan y responden con protestas violentas a la violencia estructural que les afecta, lo que a su vez produce violencia represiva y así sucesivamente se promueve una espiral absurda de sufrimiento. Como la violencia es una respuesta aprendida también se puede aprender que existen otras respuestas posibles. Los no violentos saben que la violencia se elimina atacando las causas que la generan. Iniciativas incruentas como la del profesor Moncayo, que sin intermediarios hace en el espacio público una puesta en escena del conflicto, son herramientas éticamente fundamentadas que rompen con la tradición política que pretende acabar con la injusticia con las mismas armas criminales que la han creado.
Las Fuerzas Armadas del Estado desde hace muchos años están combatiendo en las profundidades inhóspitas de las selvas, ofreciendo sus vidas en este infame conflicto. Todos los colombianos estamos secuestrados por esta macabra lógica de la violencia. Es el momento de respaldar al profesor Moncayo en su petición de un acuerdo humanitario; entendiéndolo, además, como un paso hacia la paz.

Publicado en EL Heraldo

lunes, 2 de julio de 2007

La maldad insolente y la suma no nula. Pensamientos de la multitud democrática planetaria.

Los que encarnan la maldad se muestran en los medios como héroes. Pareciese que la sociedad admitiera que ser mala gente fuese una condición necesaria en la competencia por la posición de privilegio, para triunfar, para salir del anonimato, para ser famoso.

Las tecnologías de la información pueden ser vehículos tanto para hacer el bien como el mal. Por sí solas no garantizan el refinamiento moral de la comunidad. Los programas de la TV nacional ‘Nada más que la verdad’ o ‘El jugador’ están diseñados para que los participantes más cínicos o sinvergüenzas puedan ser los ganadores. En las telenovelas, los buenos son presentados como tontos, ingenuos. Los niños en los videojuegos ganan más puntos si son más ‘criminales’ y ‘sanguinarios’. La lección que se imparte es: en esta sociedad no tienes opción, si quieres sobrevivir, tienes que ser deshonesto; tienes que llevarte por delante al otro, sin contemplaciones.


Constantemente vemos que los que han cometido crímenes horripilantes sonríen sin ningún pudor a las cámaras. Justifican tranquilamente sus fechorías con motivos baladíes —para ellos suficientes— como por ejemplo: “no simpatizaba conmigo”, “era de izquierda” o “era de derecha”. Lo anterior con un agravante, el sólo hecho de reconocer el crimen y reivindicarlo en público convierte la confesión en un acto político. Se asume la divulgación de la crueldad como una advertencia intimidatoria. Se anuncia con orgullo en los medios la eliminación física del contradictor como un logro de guerra. Se solicita o se recibe perdón sin mostrar un mínimo arrepentimiento. Las supuestas ideas bondadosas que motivaron las atrocidades sirven de excusa a los que creyeron en ellas. Sabemos que en muchas partes llegaron para hacer el bien y se quedaron para vivir bien. Además, hay un público de fanáticos que aplaude y acaba adoptando el sistema de valores del conquistador. “El ratón no huye de la despensa”. “Los sin futuro” optan por la utilidad para el estómago; “la moral es maravillosa, pero tener comida en la mesa es más maravilloso”. No se requiere mucha potencia intelectual para imitar la cultura de los que triunfan con métodos infames, mucho más si gozan de impunidad. Provocan envidia, son admirados por su consumo suntuario, la expresión exuberante de nuestro hedonismo corroncho.

La población es tolerante con ciertos actos no justificados. Una muestra: a los congresistas no les pasan cuenta de cobro por aprobar un ‘mico’; por no ratificar el proyecto que otorgaba igualdad jurídica a los homosexuales; por no aprobar el proyecto que restringía la publicidad del tabaco y el alcohol. U otro que hubiera impedido la injerencia de los violentos en las elecciones, “con todo lo que eso significa para la supervivencia de la política y de la democracia” como dijo EL HERALDO (Editorial, 24, 6,07).

Los anteriores son apenas algunos pocos ejemplos que nos indican que atravesamos por un periodo histórico en los que los valores están tambaleando. Desde las sociedades de recolectores-cazadores sabemos que cuando se reparte mal la comida hay conflicto, que cuando hay pereza y tacañería hay conflicto. Que permanecer en estado de guerra continua es la derrota de todos. Que las sociedades que no se subordinan a la Ley común corren el peligro desintegrarse. Que todos deben tener la seguridad de que los tramposos serán castigados.Para superar las dificultades deberíamos considerar la posibilidad de incorporar en la vida social los juegos de suma no nula, en los que los distintos jugadores puedan ganar a la vez. Que ganar dependa de no querer que otros pierdan. Que aunque se mantenga el interés propio, hay que vencer la incomunicación y la desconfianza para poder obtener beneficios comunes. “Si yo intento eliminar al competidor, puedo provocar que él trate de hacer lo mismo conmigo”. Que, aunque se compita con brío, debemos procurar que en la lucha por la subsistencia nadie pierda.

La familia, la escuela, los guías espirituales, los medios masivos tienen una responsabilidad gigantesca para reorientar a la comunidad y encaminarla hacia principios de convivencia democrática. La tarea es no empujar a los individuos por causa de un enemigo común sino animarlos para que logren un objetivo común, cumplir como colombianos con nuestra verdadera promesa: coexistir en paz.
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Publicado en EL HERALDO, Barranquilla, Lunes 02 de Julio 2007.