martes, 27 de julio de 2010

Colombia: Bicentenario con Capitalismo Compinchero


Por Hugo González Montalvo
Es claro que en las celebraciones del Bicentenario de la independencia nos sentimos contentos de pertenecer a esta nación llamada Colombia, pero ese fuerte sentido de pertenencia no nos debe obnubilar el pensamiento e impedirnos reconocer que, hasta ahora, de las generaciones que han vivido en el territorio de la república ninguna ha podido lograr un nivel de vida digno para la mayoría de la población y que nunca hemos alcanzado la plena vigencia de las instituciones democráticas. Estamos en deuda con quienes ofrendaron sus vidas para darnos la oportunidad de auto determinarnos. Las razones del incumplimiento de los objetivos soñados son muchas. Una de ellas es que jamás hemos generado las condiciones para que la economía se desarrollara convenientemente de acuerdo con los patrones internacionales en boga en los diferentes momentos históricos que nos ha tocado vivir como colectividad.

En su libro “Nueva Historia Económica de Colombia” (2010), el ex director del Banco de la República Salomón Kalmanovitz nos dice que nuestra clase dirigente, una reducida camarilla de amigos, ha sido recelosa de las ciencias y de las técnicas, ha cerrado el país frente al extranjero. Este grupo de privilegiados (que ha rotado su permanencia en el poder), ha evitado que la sociedad se abra a la necesaria competencia capitalista; es decir, ha impedido que los ciudadanos que hubiesen querido desempeñarse como empresarios lo hubieran podido hacer en condiciones de igualdad. La triste conclusión es que lo que hemos tenido es un capitalismo ‘compinchero’.

Sustentado en un poder dotado de mucha autoridad, este capitalismo ‘compinchero’ ha generado una variedad criolla de corporativismo, intercambiando privilegios por lealtades con organizaciones estamentales o corporaciones (Iglesia, ejército, terratenientes, gremios). Lo que implica fueros especiales, tratamiento discriminatorio, negación de la igualdad, como el cierre al comercio exterior y el racionamiento de las divisas de importación a favor de las empresas del centro del país. Es un sistema inflexible que no cuenta con canales apropiados para la resolución de conflictos ni permite la representación de nuevos intereses.

Todo lo anterior se ha reforzado recientemente con la coparticipación de una nueva y poderosa clase emergente delincuencial que se nutre del narcotráfico y que ha logrado realizar una rápida y sanguinaria contrarreforma agraria. Sobre la gran propiedad (predios de más de 2.000 hectáreas), Kalmanovitz nos aporta datos muy dicientes y contundentes: en 1984 la gran propiedad representaba el 47% de la superficie catastrada, en el año 2.000 alcanzó el 68%. La concentración de la propiedad agraria es evidente: en 1984, 1.800 potentados tenían 6,8 millones de hectáreas en predios de más de 2.000 hectáreas, mientras que en el año 2.000, 2.200 propietarios concentraban la fabulosa cifra de 39 millones de hectáreas en predios de la misma extensión. En estas condiciones, de falta de competencia, son pocas las posibilidades de que el sector agropecuario logre la seguridad alimentaria de la población y pueda participar en el mercado internacional.

Si a lo anterior le sumamos la permanencia del legado cultural colonial español, proclive al absolutismo, que facilitó el surgimiento del caudillismo y obstaculizó el avance de las instituciones democráticas, se comprende el porqué del actual panorama socioeconómico de hoy, que no es para celebrar.

Como si doscientos años de disputas entre ciudades y regiones, de guerras civiles y violencia no fuesen suficientes, ahora nos pelamos con los vecinos, ¿hasta cuándo debemos esperar para que maduremos como sociedad y merecer así un mejor destino?

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Publicado como columna de opinión en EL HERALDO; diario de Barranquilla,Colombia.

http://www.elheraldo.com.co/ELHERALDO/BancoConocimiento/C/colbicentenario_con_capitalismo/colbicentenario_con_capitalismo.asp?CodSeccion=48

lunes, 12 de julio de 2010

Aumentando la ignorancia

Por Hugo González Montalvo
Sintiéndolo como propio, he transitado por un camino construido desde hace tres millones de años, acabo de terminar el primer recorrido, con mirada panorámica, por el sendero de las ideas fundamentales de la especie.
Peter Watson, investigador de la Universidad de Cambridge, es el encargado de guiarme, con fluidez narrativa me conduce desde nuestro origen en África (aun cuando no articulábamos palabras, ya desarrollábamos las primeras ideas) hasta el mundo contemporáneo (Ideas, Historia intelectual de la humanidad e Ideas, Historia intelectual del siglo XX).
En un momento, estamos en una recóndita caverna decorada con esplendidas pinturas rupestres, podría ser un centro ceremonial, contemplamos el inicio de la idea de religión. Pero antes que apareciera propiamente la idea de religión se necesitó, primero, que surgiera la idea de “Alma”, es decir, la creencia en un componente no físico del individuo que sobrevive después de la muerte; segundo, la creencia en que ciertos individuos dentro de la sociedad están particularmente dotados para recibir inspiración de agentes sobrenaturales y, tercero, la creencia en que ciertos rituales pueden producir cambios en el mundo real. Y así, poco a poco, con estas ideas en el cerebro vamos transitando por esta senda maravillosa del ingenio humano.
Cuando recorremos la Antigüedad, Watson nos advierte sobre ciertos personajes de la Biblia: «De acuerdo con arqueólogos que han realizado excavaciones en Israel (algunos de ellos israelitas) no existen pruebas arqueológicas de la existencia de ninguno de los patriarcas (Abraham, Noé, Moisés o Josué) y tampoco del exilio judío en Egipto. Más aún, investigaciones muy recientes han planteado dudas incluso sobre la existencia de David, Salomón y la monarquía unida de la supuesta época dorada judía».
Al final, en sus conclusiones, Watson nos dice que « la presencia intelectual más sobresaliente del siglo XX, el sicoanálisis, es errónea. La aventura freudiana en su totalidad es una empresa estrafalaria y obsoleta. Hoy, en el mundo de la ciencia en general, las ideas de Freud se rechazan por considerárselas descabelladas y poco científicas. Sus supuestas pruebas clínicas no emergieron sino del hecho de que él forzaba a sus pacientes a acomodarse a sus opiniones». No obstante estas certezas, los expertos interesados seguirán dirimiendo, con enérgicas contradicciones, estos asuntos.
Este descredito, me reenvía de inmediato a pensar en todas las obras artísticas de diferentes géneros que se basaron en esa eufórica acogida inicial a las teorías de Freud. Fueron muchas las operas, el cine y las novelas cargadas de simbologías “freudianas”.
En las artes plásticas del siglo XX dejó una huella indeleble: el surrealismo, el dadaísmo y ciertas formas fundamentales de expresionismo y abstraccionismo se sustentaron en la fantasía freudiana.Este menoscabo del prestigio seguramente no disminuirá el placer estético que aún nos generan todas estas obras, pero sí le resta gran parte de su significado, reduce su importancia intelectual. Convierte a gran parte de la invención del siglo XX en exóticas piezas de época, exhibidas como simple curiosidad histórica en un museo de cosas estrafalarias.
Muchos de nosotros crecimos en medio de la gran popularidad de la idea freudiana de naturaleza humana: nuestra condición adulta tendría relación directa con nuestras experiencias de infancia, con los conflictos con nuestros padres; hoy, las nuevas generaciones se forman con la reciente idea: la mayor influencia en la infancia la recibimos de nuestros iguales, los otros niños.
En fin, seguiremos aumentando nuestra ignorancia con nuevos libros.
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Publicado como columna de opinión en el diario el EL HERALDO de la ciudad de Barranquilla, Colombia.

domingo, 11 de julio de 2010

La riqueza de la cultura


Por Hugo González Montalvo
Con motivo de la cumbre del Grupo de los Ocho (Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón, Reino Unido y Rusia), uno se pregunta: ¿Por qué estos países son los más industrializados del planeta? Los expertos tienen explicaciones que satisfacen a unos y ofenden a otros.
Jared Diamond, profesor de la Universidad de California, en su libro Armas, gérmenes y acero nos dice que las diferencias entre las sociedades humanas tienen su origen lejano en las distintas condiciones ambientales. La hegemonía de los europeos y asiáticos se debe a que se han beneficiado de algunas diferencias culturales que fueron generadas por la influencia del ambiente geográfico. Eurasia contenía la mayor proporción de especies vegetales y animales susceptibles de ser domesticadas. Gran parte de Eurasia se sitúa en el eje este-oeste donde existen pocas montañas o desiertos, lo que permitió una rápida expansión de la agricultura y de la ganadería que promovió una mayor densidad de población, lo que supuso una ventaja cualitativa y numérica respecto a las sociedades de cazadores recolectores.
David Landes, profesor emérito de Economía e Historia de la Universidad de Harvard, en su libro La riqueza y la pobreza de las naciones, nos dice: “La manera de pensar tradicional de algunos pueblos afecta o tiene efectos materiales, les ayuda a progresar o a empobrecerse”. Nos recalca que si alguna lección puede sacarse de la historia económica, es que la cultura, entendida como el conjunto de valores íntimos que guían la conducta de una población, es el factor determinante por excelencia para el logro de niveles más altos de bienestar. La anterior tesis le da crédito al sociólogo alemán Max Weber quien nos advirtió que en los siglos XVI a XVIII, en el norte de Europa, la religión protestante fomentó el florecimiento de un tipo de hombre que creó una economía nueva (un nuevo modo de producción) que conocemos como capitalismo (industrial). El pensar permanentemente en invención, iniciativa y libertad impulsó a Europa a lograr su Revolución Industrial que marcó la diferencia con el resto de los pueblos del mundo.
David Landes nos señala que a las élites del Nuevo Mundo, que sólo pretendían cambiar de amo, les cayó la independencia del cielo. Aprovecharon los conflictos bélicos que debilitaron a España y se apoderaron del poder. Que la historia de Latinoamérica en el siglo XIX es un folletín de conspiraciones, intrigas, golpes y contragolpes, con todo lo que ello conlleva en términos de inseguridad, mal gobierno, corrupción y atraso económico.
 En la cima, un reducido grupo de bribones, bien instruidos por sus maestros coloniales, se dedicaron al pillaje a placer. Por debajo, las masas se acurrucaban y recogían las migajas del festín. Para guardar las apariencias los nuevos ‘estados’ de Latinoamérica se embellecían con un superficial barniz republicano. Los sectores clave seguían siendo los mismos: la minería (oro, plata, bronce), la agricultura y el ganado. El objetivo era producir un superávit que pudiera intercambiarse por productos manufacturados extranjeros. Poco se hizo en pro de la industria, de modo que fue deficiente el desarrollo industrial.
Para otros, el actual desarrollo industrial de las naciones ricas se debe a que se aprovecharon de los países más pobres; colonizándolos, explotándolos con sevicia. Es el triunfo de la codicia capitalista, de los imperios.
La complejidad del tema no permite conclusiones improvisadas. Por lo pronto, la pregunta obligada es: ¿Podemos cambiar la cultura mafiosa, que hoy nos embrutece y empobrece, por una cultura que valore el trabajo, la invención y la honestidad?
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Publicado como columna de opinión en el diario EL HERALDO de Barranquilla, Colombia