Aló. ¿Pipo? Sí, a la orden. Quiubo, llave, te habla Ernesto. Hey, Viejo Ernest, ¿cómo vas, bróder? Bien, cuadro, bien. ¿Para qué soy bueno, bróder? Te manda a decir Gustavo Bell que se va para Cuba cabrero contigo porque no quisiste aceptar su invitación para escribir en el periódico. ¡Nombe, no me digas esa vaina!, ¿ya viajó? Sí, pero tranquilo, te dejó dicho que la puerta sigue abierta. Pero ahora estoy yo como Editor General y te estoy llamando para comprometerte con una columna, ¿cómo andas de tiempo? Mal, bróder, como siempre, déjame pensarlo. Qué vas a pensar ni qué nada, Viejo Pipo, a mí no me vas a salir con esa, yo cuento contigo. Te enviaré un correo con los detalles para la publicación. ¿Tenemos un compromiso? Ok, bróder, está bien. Este Ernestico es una vaina, cipote lío en el que me acaba de meter.
Tertulia en EL HERALDO con Papo Luca y la Sonora Ponceña. Luce extremadamente delgado, algo pálido, un poco lento al andar y gesticular, parece cansado, se sentó antes de que llegaran los músicos y no hizo lo de siempre, de ir creando un ambiente para el conversatorio, pero sí conservaba su sonrisa afable. El entrenamiento médico se vuelve en ocasiones una incomodidad porque uno no puede dejar de observar y pensar que algo no está bien en el amigo porque hay signos que lo indican y, al mismo tiempo, uno se vuelve negador de esos signos porque no quiere identificarlos en él. Un momento antes de iniciar la tertulia sucedió algo que me impactó. Levantó la mano para llamar a alguien y enseguida lo miré, dijo el nombre pero no lo escuché, hizo un notorio esfuerzo para subir la voz y ahora le salió un poco mejor. Se trataba de una persona que estaba a mi derecha, en la quinta silla a partir de donde estaba él en la cabecera de la mesa, una distancia a la cual no se necesita mucho esfuerzo para hacerse escuchar. Eso dolió, y duró toda la tertulia porque pude apreciar su esfuerzo para mantener el evento, como siempre, a la altura de su físico, bien alto. Son los instantes en que uno admira al amigo porque lo ve convertirse en personaje mítico capaz de sobreponerse a las circunstancias más adversas para entregar su esencia como ser humano a través de su profesión. La vida y prolífica obra de Ernesto McCausland son motivo de orgullo nacional y deben ser mostradas a las siguientes generaciones.
Llegué al cementerio a las cinco de la tarde y ya estaba repleto, no se podía entrar a la capilla. Me sentí mal por no poder llegar hasta el féretro y decirle lo que tenía pensado como palabras de despedida, que no eran otras que darle las gracias, primero por su amistad, y segundo, por haber puesto ante nuestros ojos y oídos la magia de ‘Caribanía’, ese territorio espiritual que descubrió para nosotros, ese nicho cultural en el cual se desenvolvía como parte del paisaje y que nos describió en su estilo particular hasta convertirlo en motivo de orgullo e identidad para aquellos que hemos tenido la fortuna de nacer en este pedazo del mundo.
Hoy conmemoramos el tercer aniversario del Día del Orgullo Primate, y resaltamos con letras doradas a este homo sapiens bacans que nos dio todo en vida como hombre y como profesional. Buen viaje, bróder. No olvides la cámara y el cuaderno de notas.
Por Haroldo Martínez
haroldomartinez@hotmail.com