Aló. ¿Pipo? Sí, a la orden. Quiubo, llave, te habla Ernesto. Hey, Viejo Ernest, ¿cómo vas, bróder? Bien, cuadro, bien. ¿Para qué soy bueno, bróder? Te manda a decir Gustavo Bell que se va para Cuba cabrero contigo porque no quisiste aceptar su invitación para escribir en el periódico. ¡Nombe, no me digas esa vaina!, ¿ya viajó? Sí, pero tranquilo, te dejó dicho que la puerta sigue abierta. Pero ahora estoy yo como Editor General y te estoy llamando para comprometerte con una columna, ¿cómo andas de tiempo? Mal, bróder, como siempre, déjame pensarlo. Qué vas a pensar ni qué nada, Viejo Pipo, a mí no me vas a salir con esa, yo cuento contigo. Te enviaré un correo con los detalles para la publicación. ¿Tenemos un compromiso? Ok, bróder, está bien. Este Ernestico es una vaina, cipote lío en el que me acaba de meter.
Llegué al cementerio a las cinco de la tarde y ya estaba repleto, no se podía entrar a la capilla. Me sentí mal por no poder llegar hasta el féretro y decirle lo que tenía pensado como palabras de despedida, que no eran otras que darle las gracias, primero por su amistad, y segundo, por haber puesto ante nuestros ojos y oídos la magia de ‘Caribanía’, ese territorio espiritual que descubrió para nosotros, ese nicho cultural en el cual se desenvolvía como parte del paisaje y que nos describió en su estilo particular hasta convertirlo en motivo de orgullo e identidad para aquellos que hemos tenido la fortuna de nacer en este pedazo del mundo.
Hoy conmemoramos el tercer aniversario del Día del Orgullo Primate, y resaltamos con letras doradas a este homo sapiens bacans que nos dio todo en vida como hombre y como profesional. Buen viaje, bróder. No olvides la cámara y el cuaderno de notas.
Por Haroldo Martínez
haroldomartinez@hotmail.com







