Los seres humanos en nuestras conductas nos hemos guiado desde siempre por pautas. Las diferentes culturas en distintos tiempos han asumido costumbres, tradiciones, religiones, filosofías, que nos han orientado hacia alguno de los aspectos que se consideran transcendentales en la vida de los hombres. Hay tres motivos fuertes que impulsan las acciones de los individuos: el placer, la felicidad y la alegría.
Solemos dejarnos atraer por el concepto de felicidad, entendida como la realización de las expectativas sobre algún aspecto agudamente deseado por nosotros. La felicidad es alcanzar un objetivo, por lo general difícil. El estado de felicidad es pasajero. Es problemático, es engorroso poder gozarlo con tranquilidad en el presente. Es ineludible la preocupación por perderlo. La experiencia que tenemos todos de la vida nos permite saber que cualquier evento nuevo lo destruye. Por eso la felicidad es propia del pasado, donde no corre ningún peligro de desaparecer. Un momento feliz se engrandece al recordarlo, se torna más intenso y seguro. Por otro lado, la expectativa de felicidad futura tiene un inconveniente, acostumbra venir acompañada del estrés que genera intentar alcanzarla.
Con el placer tampoco es diferente. Por su propia naturaleza no es posible lograrlo por completo. Siempre se ambiciona experimentar una mayor sensación placentera. La promesa de incrementar el placer hace inevitable que seamos propensos a los vicios, el deseo de placer es insaciable. El placer futuro es una promesa tentadora.
Si la fortaleza de la felicidad es su imperturbable vigencia en el pasado y la del placer es su oferta seductora de un futuro satisfecho; la ventaja, la eficacia de la alegría es el goce del vivir manifiesto en el presente. La alegría es la celebración de la vida. Es una emoción trascendental, un proyecto realizable en el ahora. Su única necesidad es la permanencia de la respiración conciente. No se sostiene, ni se justifica con nada diferente que con la vida misma. Es la gran satisfacción de sentirnos vivos. Plenitud emocional no comparable con ninguna otra sensación.
Sin duda, muchas personas dirán que lo ideal es tener por parejo placer, felicidad y alegría, pero las circunstancias de la vida usualmente no son tan generosas. Por ello, tal vez, vemos a personas que, en medio de la adversidad y la incertidumbre, con una vida sencilla, se mantienen gozosas, inmersas en la emoción de la alegría biológica del ahora! Esa emoción es a la que se refieren algunas personas, los bacanes y las bacanas, cuando hablan de la bacanería.
Lo anterior explicaría porqué en recientes encuestas mundiales pueblos con evidentes falencias materiales, con necesidades mínimas no satisfechas, se proclaman felices. Pero será, paradójicamente y llevando el argumento al absurdo, la felicidad de tener a la alegría como placer. O mejor, y con mayor seriedad, que le basta con vivir para sentirse contentos. Tienen pocas expectativas en la vida, por consiguiente poco estrés, no hay mucho por lo cual pugnar. Tienen lo principal: la vida. Es evidente que las sociedades postmodernas, bombardeadas por la publicidad de productos y servicios que ofrecen felicidad a quienes los adquieren, se mantienen con altos niveles de insatisfacción. Siempre hay un producto nuevo y mejor que habría que adquirir. En fin, cada pueblo, cada individuo, tendrá sus propios motivos, sus propios valores culturales, para sentirse alegre o desgraciado. Parece que en eso no hay nada nuevo bajo el sol.
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