Por: Hugo González Montalvo.
En las ultimas semanas he tenido la valiosa oportunidad de estar en contacto directo con miembros de diversas organizaciones sociales con motivo de la invitación de la Fundación Foro Costa Atlántica que coordina la realización de la Cumbre Social y Política del Departamento del Atlántico, ha realizarse en Barranquilla el próximo jueves 13. Algunos conceptos expresados en la preparación del evento recuerda lo evidente: vivimos el absurdo, pero lo aceptamos como normalidad (normopatía).
En las ultimas semanas he tenido la valiosa oportunidad de estar en contacto directo con miembros de diversas organizaciones sociales con motivo de la invitación de la Fundación Foro Costa Atlántica que coordina la realización de la Cumbre Social y Política del Departamento del Atlántico, ha realizarse en Barranquilla el próximo jueves 13. Algunos conceptos expresados en la preparación del evento recuerda lo evidente: vivimos el absurdo, pero lo aceptamos como normalidad (normopatía).
La mayoría de los ciudadanos de este país son víctimas de la violencia estructural, que consiste en el padecimiento físico, sicológico o moral por la insatisfacción de las necesidades humanas básicas. Muchos no lo perciben como violencia, porque no es ejercida por un sujeto directo, reconocible. Es la violencia cotidiana del inequitativo disfrute de los recursos como consecuencia de las actuales estructuras sociales y legales. Esto genera permanentes conflictos que explotan con violencia directa (agresiones domésticas, riñas, atracos, tomas de tierra y calles, vandalismos, barras bravas, terrorismo, etc.). EL Estado, los burócratas, las instituciones que lo sustentan culturalmente y los grupos poderosos que defienden con intransigencia sus intereses niegan la existencia de esta violencia estructural. Buscan razones y causas diferentes, evitando así resolver el conflicto principal: la desigualdad de oportunidades para vivir decentemente. Los subsidios están siendo efectivos como paliativos, los necesitados se aquietan, cesan sus demandas y se desorganizan peleando por migajas.
Es por eso que cuando se hable de paz debe entenderse como un proceso, un camino que se transita, en la búsqueda de la justicia y del cese de la violencia estructural. Reducir la paz al cese del conflicto armado es una táctica dilatoria que sólo aspira buenos resultados electorales. Cuando se plantea la paz integral es porque se entiende la complejidad de la vida social; la presencia de conflictos económicos, sociales, culturales, de género, etc., que hay que solucionar simultáneamente. Es sabido que los conflictos principales se pueden resolver en el poder político central, el ejecutivo y legislativo. La labor de alcaldes y gobernadores, concejos y asambleas se limita a administrar la injusticia social y hacerla soportable. En estas circunstancias es cuando la política es imprescindible como instrumento civilizado que le permite al ciudadano organizarse pacíficamente en partidos democráticos y aspirar a delegar su soberanía en personas decentes que procuren los cambios legales, constitucionales y administrativos que disminuyan la violencia estructural.
La paz Integral, la tranquilidad ciudadana de poder vivir con dignidad, debería ser un proyecto económico y social de toda la nación, a largo plazo. Con un propósito inmediato: iniciar diálogos de paz con los grupos violentos. Los recursos que se desperdician en la muerte y destrucción se requieren para invertirlos para la vida y la prosperidad colectiva. La paz Integral debería convertirse, para todos, en una utopía realizable.
Preguntas: ¿No es suficiente con el conflicto interno como para estar buscando nuevos con los vecinos? ¿No será otra estrategia para aglutinar respaldo a nombre de la patria?
_______________Preguntas: ¿No es suficiente con el conflicto interno como para estar buscando nuevos con los vecinos? ¿No será otra estrategia para aglutinar respaldo a nombre de la patria?
Publicado en EL HERALDO
No hay comentarios:
Publicar un comentario