Por Hugo González Montalvo.
Todos sabemos que el tratamiento periodístico a una noticia, en cualquier medio, depende de muchos factores que confluyen. Los intereses, económicos o políticos, de quien controla el medio ocasionan que se editen las noticias con métodos sutiles de manipulación. Por ejemplo, recientemente estudiantes universitarios en Caracas y Bogotá protestaron en la calle por algún motivo. Recibieron un tratamiento periodístico diferente dependiendo de qué empresa de comunicación, estatal o privada, los cubría. El hecho producido en Bogotá lo cubrió la televisión privada nacional, entrevistó a las autoridades y se resaltó el caos en la movilidad que produjo. Por su parte, la tv oficial venezolana con su corresponsal en Bogotá entrevistó a los estudiantes, quienes explicaron porqué están en contra de las políticas educativas del régimen. Con respecto a la manifestación estudiantil en Caracas hicieron exactamente lo contrario: la tv colombiana entrevistó a los estudiantes y la tv venezolana entrevistó a las autoridades.
De tal manera, que para estar modestamente informados sobre lo que aconteció tuvimos que escuchar las dos versiones sobre el mismo hecho. ¿Pero, realmente la mayoría de los ciudadanos, en los dos países, tienen posibilidades de ver mínimo dos canales televisivos que propaguen ideologías contrarias? Luego se realizan encuestas que comprueban que las opiniones así inducidas a la población se han convertido en la famosa “opinión pública”. ¿Es esa la opinión, así manipulada, a la que se refieren los que pregonan el establecimiento, por fuerza de los hechos, del Estado de opinión en Colombia?
Todos sabemos que el tratamiento periodístico a una noticia, en cualquier medio, depende de muchos factores que confluyen. Los intereses, económicos o políticos, de quien controla el medio ocasionan que se editen las noticias con métodos sutiles de manipulación. Por ejemplo, recientemente estudiantes universitarios en Caracas y Bogotá protestaron en la calle por algún motivo. Recibieron un tratamiento periodístico diferente dependiendo de qué empresa de comunicación, estatal o privada, los cubría. El hecho producido en Bogotá lo cubrió la televisión privada nacional, entrevistó a las autoridades y se resaltó el caos en la movilidad que produjo. Por su parte, la tv oficial venezolana con su corresponsal en Bogotá entrevistó a los estudiantes, quienes explicaron porqué están en contra de las políticas educativas del régimen. Con respecto a la manifestación estudiantil en Caracas hicieron exactamente lo contrario: la tv colombiana entrevistó a los estudiantes y la tv venezolana entrevistó a las autoridades.
De tal manera, que para estar modestamente informados sobre lo que aconteció tuvimos que escuchar las dos versiones sobre el mismo hecho. ¿Pero, realmente la mayoría de los ciudadanos, en los dos países, tienen posibilidades de ver mínimo dos canales televisivos que propaguen ideologías contrarias? Luego se realizan encuestas que comprueban que las opiniones así inducidas a la población se han convertido en la famosa “opinión pública”. ¿Es esa la opinión, así manipulada, a la que se refieren los que pregonan el establecimiento, por fuerza de los hechos, del Estado de opinión en Colombia?
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Del debate electoral presidencial surgen algunas inquietudes. ¿Le conviene a los partidos con afinidades programáticas buscar alianzas para concertar candidatos únicos en la primera vuelta? ¿Qué tan probable es que sean dos los candidatos: uno de una coalición de centro izquierda y el otro de una convergencia de centro derecha? Tal parece que a algunos partidos, las alianzas sólo les serán necesarias en la segunda vuelta, les conviene mantener sus candidatos propios para incrementar la divulgación de su ideario programático y consolidarse institucionalmente.
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Cualquier persona desprevenida que desde el exterior siga las noticias sobre lo que nos sucede esperaría que los responsables políticos de los escándalos de los “falsos positivos” y de Agro Ingreso Seguro fueran censurados moralmente por la población, retirándoles cualquier apoyo. Es más, esperaría que tales políticos, por dignidad, abandonaran la vida pública. Pero no, aquí los ciudadanos encuestados sobre sus preferencias políticas han dado respuestas que desconciertan. ¿Realizan alguna reflexión ética al momento de calificar a candidatos, gobernantes o parlamentarios? Parecería que mantener viva “la amenaza de los enemigos de la Patria”, tanto internos como externos, ha conducido a la población a suspender sus exigencias éticas a políticos y gobernantes. ¿Será que para que un político merezca la aceptación, “el aplauso del respetable público”, en un ambiente como el nuestro -donde predominan la narcocultura, el dolor, el miedo y la rabia- debe procurar “estar a la altura de las circunstancias” y demostrar hasta la saciedad que es el más perverso y cínico de los ciudadanos?
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Publicado en EL HERALDO:
http://www.elheraldo.com.co/ELHERALDO/BancoConocimiento/C/colum19oct-3/colum19oct-3.asp?CodSeccion=52
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