martes, 19 de mayo de 2009

Víctimas y falsa identidad

Por Hugo González Montalvo

Los últimos acontecimientos, como las chuzadas y los falsos positivos, son señales que dicen que podemos estar viviendo en un país donde el Estado pasó de tener simplemente enemigos a tener víctimas: ciudadanos inocentes perfectamente integrados a la comunidad que, por su anonimato social, se convierten en presa fácil de una burocracia servil y acrítica.

Las actuaciones de los funcionarios responden más al deseo de conservar sus privilegios que de respetar la ley. Creen en el mito que han creado de sí mismos basados en la propaganda que borra cualquier diferencia entre crimen y virtud.
Las nociones de ética, moral y ley que la humanidad ha construido en milenios de estudios eruditos de filosofía y derecho parecen desaparecer por la voluntad de una parte de la población que se está convirtiendo en cómplice de algo abominable.

En medio de estas circunstancias, concluyo hoy el tema de mi anterior columna, el ruido en la ciudad, motivado por las personas que se sienten afectadas y que se pusieron en contacto. En nuestro entorno no se está distinguiendo entre la esfera privada y la esfera pública. Algunos asumen que:" el otro no es más que un idéntico a mí mismo".

Por lo tanto, dan por descontado que: "la música que a mí me gusta le debe gustar a todo el mundo". Parte de la comunidad cree que la sociedad debe ser homogénea y que desde siempre todos poseemos una identidad inmodificable. Es decir, que las diferencias y los individuos no cuentan. Muchos funcionarios, periodistas y educadores participan de esa misma creencia.

Va siendo hora de abordar con seriedad la discusión sobre nuestra identidad. No podemos seguir sosteniendo que conformamos una sociedad que admite la bulla porque somos escandalosos por naturaleza, como si fuera una cualidad de la que nos debemos sentir orgullosos.
Durante los carnavales, en aras de la tradición, los ciudadanos, con generosidad y alegría, suspenden temporalmente su exigencia de respeto al derecho fundamental a la tranquilidad. Pero eso no justifica que uno transite, por cualquier calle y época del año, y perciba que los negocios esparcen, sin contemplaciones, música de parranda por todo el vecindario. ¿Es que tenemos que consentir el carnaval durante todo el año?

Con respecto a las autoridades, es conveniente recordarles que la Declaración Universal de Derechos Humanos (1948) establece: “Nadie será objeto de injerencias arbitrarias en su vida privada, su familia, su domicilio…” La Corte Constitucional, en fallos de tutelas, ha juzgado que el ruido constituye una injerencia arbitraria en la intimidad de las personas: “La amplitud del concepto de injerencia incluye los ruidos ilegítimos, no soportables ni tolerables”. El Decreto presidencial 0948 del 95 dice: En áreas residenciales no se permitirá la operación de parlantes que perturbe la tranquilidad ciudadana. El Reglamento de la Policía Nacional en su artículo 204, dice que el personal de la Policía deberá impedir el funcionamiento de radios o aparatos similares cuando por su alto volumen constituyan motivos de molestia para el vecindario y amonestar a las personas que infrinjan las normas.
Por todo lo anterior, la pregunta que surge es: ¿por qué las autoridades no actúan?

Publicado en EL HERALDO:
http://www.elheraldo.com.co/ELHERALDO/BancoConocimiento/C/colum18may-3/colum18may-3.asp?CodSeccion=48

lunes, 4 de mayo de 2009

Barranquilla, el Alcalde y el ruido

Por Hugo González Montalvo

La música es un componente básico en la vida de los humanos, todos disfrutamos de las emociones que nos brinda al escucharla.

Pero algo que es estimulante y una gran conquista de la humanidad, se está convirtiendo en una tortura impuesta al ciudadano.

Cada cual es libre de gustarle la música que su educación le permita, en eso estamos de acuerdo. Pero en lo que sí no podemos estar de acuerdo es que lo que le guste musicalmente a unos pocos, o a la mayoría, les sea impuesto a los demás. Eso es lo que esta sucediendo en nuestro entorno. Son barrios enteros en los que el ciudadano se ve abocado a aceptar la arbitrariedad.

Por doquier, durante las veinticuatro horas, desde que se levanta hasta la noche, le retumba, repiquetea, le taladra los oídos la música estridente.

Pareciese que la película de su humilde vida no tuviese más remedio que estar acompañada constantemente por una banda sonora no deseada, ni deseable. En el fondo va estar siempre sonando algo.

En su casa, la música que le gusta al vecino; en el bus, música que le gusta al chofer;

en la calle, música que le gusta al animador que vocifera en la puerta del almacén; en la playa más apartada, música que le gusta al dueño del puesto de ventas, etc.

Es decir, el ciudadano ha renunciado a un derecho fundamental: el derecho al silencio. Por lo menos, un director de cine en su película tiene la posibilidad de combinar músicas de diferentes estilos e intensidad emotiva con gratos y necesarios momentos de silencio.

Y eso es así porque en la vida uno tiene unos ciclos recurrentes que cumplir: trabajar o estudiar, soñar, pensar, meditar, analizar, planear, divertirse y descansar. Pero en nuestro medio, la música que mayoritariamente se escucha es propia de la parranda o la discoteca. El ciudadano, entonces, tiene que estar en una actitud festiva todo el día. Si quiere recuperarse de un duelo, una enfermedad, pensar en resolver un problema económico o si quiere estar en silencio porque le da la gana, no puede. El ciudadano afectado recurre a la autoridad y ésta le dice: “Cógela suave, estamos en la Costa”.

Señor Alcalde: ¿En Barranquilla, también rigen la Constitución y las leyes de la República? ¿Las causas de todo esto? La falta de formación cultural en el respeto a la dignidad del otro, de aceptación de la diversidad de modos de vida. Hay una especie de sumisión implícita y generalizada a la arbitrariedad

. Existe preferencia por utilizar la fuerza disponible en el momento en que ocurra un conflicto. Lógicamente que quienes promueven estas conductas son los que tienen mayores posibilidades de vencer en una confrontación ocasional: los que poseen cualquier poder superior -físico, social, político, militar-.

Las sociedades saben bien que para superar éste estado de cosas, propia de la vida salvaje, existe el Derecho y la concepción de la justicia impuesta por el Estado. Pero ahí viene el problema, para que la mínima moral aceptable y la sensatez imperen, se necesita que funcionen las instituciones encargadas de aplicarlas, y eso es lo que en nuestro medio no se percibe: corrupción, masacres, chuzadas y tráfico de influencias quedan impunes.

Las nuevas generaciones tienen la palabra.

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Publicado como columna de opinión en EL HERALDO de Barranquilla., Colombia.

http://www.elheraldo.com.co/ELHERALDO/BancoConocimiento/C/colum04mayo-3/colum04mayo-3.asp?CodSeccion=42