En las semanas pasadas por los diferentes medios se han escuchado las voces de los amigos del Gobierno tratando de hacer creer a la población que el pensamiento disidente es asimilable a un acto de deslealtad con la patria. Con esta especie de cacería de brujas se acrecienta el peligro de que se consolide en el país la siguiente funesta idea: estar en desacuerdo con las concepciones políticas oficiales es delito. Se pretende penalizar la opinión diferente bajo la falacia de igualarla a un acto subversivo. Sería el establecimiento del delito de opinión. Adrede se olvida un fundamento de la democracia liberal: bajo los principios de legalidad y libertad, los individuos pueden hacer todo lo que no este prohibido, mientras los órganos estatales sólo pueden hacer lo que les esté específicamente permitido. Este hecho me permite recordar otros de parecido tinte ideológico y de reciente o actual ocurrencia, como por ejemplo:
Los asesores presidenciales recuerdan con frecuencia que la sociedad no ha superado el peligro del resurgimiento del terrorismo con el fin de mantener vigente la atmósfera de crisis, de “pánico al lobo”. No olvidemos que fue precisamente la efervescencia de un momento de crisis del país (el Caguán) lo que permitió presentarse como redentores de la patria a un pequeño sector de derecha y lograr así la participación en el poder con el claro interés de mantener intacta su hegemonía en la propiedad agraria. Se insinúa constantemente que el caos es inminente y que únicamente se puede controlar con la continuidad de las políticas actuales. Por la ambigüedad de las argumentaciones, es notorio que las ideas políticas que se esgrimen no están sustentadas en un acervo teórico coherente. El eclecticismo doctrinal que se usa estimula la creencia de que los actos del Gobierno sólo pueden ser interpretados válidamente por los amigos del líder. Se promueve el mito del jefe indispensable e irremplazable, presentándolo como una personalidad extraordinaria. Se establece una relación directa jefe-masa, sin intermediarios; no se estimula la aparición de dirigentes con análogo prestigio. La voluntad del líder se presenta como la perfección del poder constituido, la expresión soberana e inamovible del poder constituyente. Se impulsa un conservadurismo sustancial de las costumbres. Se pretende mitigar la pobreza con una serie de concesiones sociales de tipo asistencial. La posibilidad del triunfo electoral de la izquierda en las presidenciales se presenta como una humillación nacional; una catástrofe, que exige una resistencia unitaria de la población. La sensación de miedo refuerza la autosugestión de que solamente un régimen autoritario puede acabar con la incertidumbre del destino de la sociedad. Se aplica la conocida táctica intimidatoria, “si no le obedeces al jefe, porque piensas que es malo, te irá peor: el hombre lobo vendrá a comerte”. Estos acontecimientos son reconocidos por teóricos de la Ciencias Políticas (Bobbio, de Felice, Poulantzas, Nolte) como rasgos que anuncian una tendencia a la ‘fascistización’ del Estado. De manera pues, que los colombianos debemos estar atentos, prestos a analizar los sucesos, y no dejarnos llevar únicamente por las emociones, al momento de tomar decisiones que afecten radicalmente la vida de la nación. Lo anterior lo menciono con énfasis frente a la declaración presidencial: ante una hecatombe, me lanzo a la reelección. Claro, uno supone lo que piensa: “sólo yo puedo reconocer cuándo se produce la hecatombe y, por supuesto, en ese momento entro en escena, de nuevo, como el salvador de la patria.
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Cuando ocurre una tragedia humanitaria en nuestra región como consecuencia de las inundaciones ¿es admisible que parte de la comunidad se muestre indolente desviando su atención a espectáculos deportivos o reinados de belleza? Hay que tener en cuenta que muchas veces estos entretenimientos irrisorios, acontecimientos triviales, infantilizan los espíritus. Las multitudes, sobre todo juveniles, camuflan las frustraciones de la realidad social agrupándose en tribus urbanas, barras con una organización de estructura militar que ante el menor roce o fracaso deportivo se enardecen y arremeten con violencia contra todo lo que encuentren a su paso. Se transforma un espectáculo, supuestamente lúdico, en un evento de tipo bélico, atribuyéndole un sentido en el que se involucran el honor masculino y la dignidad de la identidad regional. Los fanáticos de los equipos se habrán puesto a pensar: las proezas o las derrotas de mi equipo ¿en qué determinan drásticamente mi vida?
La actuación del ‘Pibe’ en el Metropolitano nos recuerda que los medios se apresuran a mostrar a los triunfadores en los deportes o a exitosos personajes de farándula como modelos de vida. Sus opiniones sobre lo divino y lo humano se asimilan como ‘sabias’ orientaciones sobre cómo debemos comportarnos los demás, humildes y anónimos mortales. ‘La hecatombe del Metropolitano’ es una lección, aunque el deportista del ‘todo bien’, seguramente, seguirá siendo reelegido como el mejor futbolista que ha producido Colombia.
Publicado en El HERALDO
3 comentarios:
A veces suceden hechos graves para la democracia y no nos damos cuenta. En estos momentos puede ser que suceda uno de ellos.
Hugo:
Me parece un an�lisis pertinente. oportuno y necesario el que haces respecto a los peligros que encierra una segunda reelecci�n.
Cordialmente,
Rodolfo.
rwenger@hotmail.com
Eres un bacan Hugo, por tener esa pagina tan especial, significativa, emotiva y llamativa que nos invita a un mundo mejor. A tu mundo, a ese en el que desempeñas el rol perfecto, el jovial, e invitas a la paz, el respeto por las culturas, por las diferencias y por tomar lo mejor de la vida. Tu eres un bacan digno de admirar por esa posicion. Felicitaciones. Gente como tu es la que necesitamos. Soy costeña, colombiana y muy humana a morir.
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