lunes, 2 de julio de 2007

La maldad insolente y la suma no nula. Pensamientos de la multitud democrática planetaria.

Los que encarnan la maldad se muestran en los medios como héroes. Pareciese que la sociedad admitiera que ser mala gente fuese una condición necesaria en la competencia por la posición de privilegio, para triunfar, para salir del anonimato, para ser famoso.

Las tecnologías de la información pueden ser vehículos tanto para hacer el bien como el mal. Por sí solas no garantizan el refinamiento moral de la comunidad. Los programas de la TV nacional ‘Nada más que la verdad’ o ‘El jugador’ están diseñados para que los participantes más cínicos o sinvergüenzas puedan ser los ganadores. En las telenovelas, los buenos son presentados como tontos, ingenuos. Los niños en los videojuegos ganan más puntos si son más ‘criminales’ y ‘sanguinarios’. La lección que se imparte es: en esta sociedad no tienes opción, si quieres sobrevivir, tienes que ser deshonesto; tienes que llevarte por delante al otro, sin contemplaciones.


Constantemente vemos que los que han cometido crímenes horripilantes sonríen sin ningún pudor a las cámaras. Justifican tranquilamente sus fechorías con motivos baladíes —para ellos suficientes— como por ejemplo: “no simpatizaba conmigo”, “era de izquierda” o “era de derecha”. Lo anterior con un agravante, el sólo hecho de reconocer el crimen y reivindicarlo en público convierte la confesión en un acto político. Se asume la divulgación de la crueldad como una advertencia intimidatoria. Se anuncia con orgullo en los medios la eliminación física del contradictor como un logro de guerra. Se solicita o se recibe perdón sin mostrar un mínimo arrepentimiento. Las supuestas ideas bondadosas que motivaron las atrocidades sirven de excusa a los que creyeron en ellas. Sabemos que en muchas partes llegaron para hacer el bien y se quedaron para vivir bien. Además, hay un público de fanáticos que aplaude y acaba adoptando el sistema de valores del conquistador. “El ratón no huye de la despensa”. “Los sin futuro” optan por la utilidad para el estómago; “la moral es maravillosa, pero tener comida en la mesa es más maravilloso”. No se requiere mucha potencia intelectual para imitar la cultura de los que triunfan con métodos infames, mucho más si gozan de impunidad. Provocan envidia, son admirados por su consumo suntuario, la expresión exuberante de nuestro hedonismo corroncho.

La población es tolerante con ciertos actos no justificados. Una muestra: a los congresistas no les pasan cuenta de cobro por aprobar un ‘mico’; por no ratificar el proyecto que otorgaba igualdad jurídica a los homosexuales; por no aprobar el proyecto que restringía la publicidad del tabaco y el alcohol. U otro que hubiera impedido la injerencia de los violentos en las elecciones, “con todo lo que eso significa para la supervivencia de la política y de la democracia” como dijo EL HERALDO (Editorial, 24, 6,07).

Los anteriores son apenas algunos pocos ejemplos que nos indican que atravesamos por un periodo histórico en los que los valores están tambaleando. Desde las sociedades de recolectores-cazadores sabemos que cuando se reparte mal la comida hay conflicto, que cuando hay pereza y tacañería hay conflicto. Que permanecer en estado de guerra continua es la derrota de todos. Que las sociedades que no se subordinan a la Ley común corren el peligro desintegrarse. Que todos deben tener la seguridad de que los tramposos serán castigados.Para superar las dificultades deberíamos considerar la posibilidad de incorporar en la vida social los juegos de suma no nula, en los que los distintos jugadores puedan ganar a la vez. Que ganar dependa de no querer que otros pierdan. Que aunque se mantenga el interés propio, hay que vencer la incomunicación y la desconfianza para poder obtener beneficios comunes. “Si yo intento eliminar al competidor, puedo provocar que él trate de hacer lo mismo conmigo”. Que, aunque se compita con brío, debemos procurar que en la lucha por la subsistencia nadie pierda.

La familia, la escuela, los guías espirituales, los medios masivos tienen una responsabilidad gigantesca para reorientar a la comunidad y encaminarla hacia principios de convivencia democrática. La tarea es no empujar a los individuos por causa de un enemigo común sino animarlos para que logren un objetivo común, cumplir como colombianos con nuestra verdadera promesa: coexistir en paz.
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Publicado en EL HERALDO, Barranquilla, Lunes 02 de Julio 2007.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Los malos son menos pero triunfan por la pasividad-�idiotez?- de los buenos.

Anónimo dijo...

¿La maldad de los colombianos se les puede erradicar de la cabeza? ¿O somos un caso perdido?

obeidabenavides dijo...

Castoriadis habla sobre la fatalidad humana: estamos "condenados a ser malos". Y habla también de Prometeo, y sus "esperanzas vanas"... Pero qué esperanzas nos pueden quedar cuando la caja está vacía, cuando el arte ya no es de todos?

Anónimo dijo...

natyrojano@hotmail.com

Interesante lo de la suma no nula. Si bien el tema es complejo y abre muchos punto de debate, yo creo que se resume en algo tan simple como : Lo que no quieras para ti, no lo aceptes para nadie. Un abrazo.
Natalia

Anónimo dijo...

La maldad mata al que la consume,tan mala es para el que la siente y padece como para quien es perjudicado.ES ESCUPIR CONTRA EL VIENTO.