lunes, 19 de octubre de 2009

‘Opinión pública’ sin censura moral

Por Hugo González Montalvo.
Todos sabemos que el tratamiento periodístico a una noticia, en cualquier medio, depende de muchos factores que confluyen. Los intereses, económicos o políticos, de quien controla el medio ocasionan que se editen las noticias con métodos sutiles de manipulación. Por ejemplo, recientemente estudiantes universitarios en Caracas y Bogotá protestaron en la calle por algún motivo. Recibieron un tratamiento periodístico diferente dependiendo de qué empresa de comunicación, estatal o privada, los cubría. El hecho producido en Bogotá lo cubrió la televisión privada nacional, entrevistó a las autoridades y se resaltó el caos en la movilidad que produjo. Por su parte, la tv oficial venezolana con su corresponsal en Bogotá entrevistó a los estudiantes, quienes explicaron porqué están en contra de las políticas educativas del régimen. Con respecto a la manifestación estudiantil en Caracas hicieron exactamente lo contrario: la tv colombiana entrevistó a los estudiantes y la tv venezolana entrevistó a las autoridades.

De tal manera, que para estar modestamente informados sobre lo que aconteció tuvimos que escuchar las dos versiones sobre el mismo hecho. ¿Pero, realmente la mayoría de los ciudadanos, en los dos países, tienen posibilidades de ver mínimo dos canales televisivos que propaguen ideologías contrarias? Luego se realizan encuestas que comprueban que las opiniones así inducidas a la población se han convertido en la famosa “opinión pública”. ¿Es esa la opinión, así manipulada, a la que se refieren los que pregonan el establecimiento, por fuerza de los hechos, del Estado de opinión en Colombia?
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Del debate electoral presidencial surgen algunas inquietudes. ¿Le conviene a los partidos con afinidades programáticas buscar alianzas para concertar candidatos únicos en la primera vuelta? ¿Qué tan probable es que sean dos los candidatos: uno de una coalición de centro izquierda y el otro de una convergencia de centro derecha? Tal parece que a algunos partidos, las alianzas sólo les serán necesarias en la segunda vuelta, les conviene mantener sus candidatos propios para incrementar la divulgación de su ideario programático y consolidarse institucionalmente.
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Cualquier persona desprevenida que desde el exterior siga las noticias sobre lo que nos sucede esperaría que los responsables políticos de los escándalos de los “falsos positivos” y de Agro Ingreso Seguro fueran censurados moralmente por la población, retirándoles cualquier apoyo. Es más, esperaría que tales políticos, por dignidad, abandonaran la vida pública. Pero no, aquí los ciudadanos encuestados sobre sus preferencias políticas han dado respuestas que desconciertan. ¿Realizan alguna reflexión ética al momento de calificar a candidatos, gobernantes o parlamentarios? Parecería que mantener viva “la amenaza de los enemigos de la Patria”, tanto internos como externos, ha conducido a la población a suspender sus exigencias éticas a políticos y gobernantes. ¿Será que para que un político merezca la aceptación, “el aplauso del respetable público”, en un ambiente como el nuestro -donde predominan la narcocultura, el dolor, el miedo y la rabia- debe procurar “estar a la altura de las circunstancias” y demostrar hasta la saciedad que es el más perverso y cínico de los ciudadanos?
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Publicado en EL HERALDO:
http://www.elheraldo.com.co/ELHERALDO/BancoConocimiento/C/colum19oct-3/colum19oct-3.asp?CodSeccion=52

lunes, 5 de octubre de 2009

Gomorra, capos y muñecas

Por Hugo González Montalvo.
Están causando controversia las series de televisión “Las muñecas de la mafia” de Caracol y “El capo” de RCN. Sobre ellas las siguientes reflexiones.
Partamos del reconocimiento del derecho de los productores de televisión para realizar dramatizados con temas que consideren rentables para su negocio. Reconozcamos también la libertad que tiene el ciudadano de escoger los programas que más le guste. Admitamos la buena calidad artística y técnica de las series. Examinemos, entonces, un aspecto que es polémico: el tratamiento ético del tema.

Comparemos las series criollas con una laureada película que estuvo recientemente en cartelera: Gomorra. En este film italiano nos adentramos en las entrañas sociales de la camorra, la mafia napolitana, pudiendo observar algunas de sus causas y lamentar las nefastas consecuencias de sus actividades. Siguiendo las vicisitudes de la vida cotidiana de cinco sencillos y humildes personajes que habitan en un entorno barrial, con fuertes vínculos afectivos y económicos con las bandas criminales, podemos conocer los dilemas éticos, las angustias y los sufrimientos que generan un ambiente de pobreza gobernado por la mafia.Con el aporte de actores naturales y filmada en los propios escenarios urbanos marginales, en esta película prima la estética cruda y tristona de las carencias de los sectores pobres de la sociedad.Al final, el espectador queda con la sensación de que la vida en un ambiente dominado por la mafia es una desgracia, es un crimen contra la humanidad. Igualmente, queda indignado al saber que los vínculos políticos y económicos de la camorra hacen parte de la lógica del lucro desmedido de la red financiera del capitalismo globalizado.

Las series nuestras abordan el tema desde el punto de vista de los personajes que “triunfan” en el negocio del narcotráfico. Están construidas dramáticamente de tal manera que el espectador se identifica con los héroes perversos. Sus conductas criminales se justifican por ser una vía para salir de la pobreza. Las masas de televidentes se entusiasman con los capos y sus muñecas al verlos acceder rápidamente a una vida de consumo suntuario, inalcanzable con métodos lícitos.
Buena parte de la población que vive en la miseria no tienen la práctica del consumo pero ha asumido como propia la cultura del consumismo. Influida por la publicidad en los medios de comunicación se alimenta de la esperanza de que algún día pueda alcanzar el edén del consumismo. Por lo pronto, soporta sus circunstancias identificándose con los ídolos mafiosos de la televisión que encarnan famosos galanes y sugestivas divas. Las dificultades que puedan pasar los mafiosos, por las persecuciones de las fuerzas de la ley, son soportables y mínimas comparadas con el fin a conseguir: vivir rodeados de lujos. “El riesgo vale la pena”. El espectador aquí no se encuentra con conflictos éticos, todos los valores son transgredidos de manera “natural”; los jóvenes varones son sicarios y las hembras adolescentes son prostitutas, sin que nadie se turbe.
¿En Colombia, definitivamente, impera la cultura mafiosa? ¿Estas series gustan y divierten porque reflejan lo que somos? Tal parece que en una sociedad donde dominan los cínicos audaces, los logros de la gente decente son tontos, no generan audiencia.
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Publicado en EL HERALDO
http://www.elheraldo.com.co/ELHERALDO/BancoConocimiento/A/a05columgomorra/a05columgomorra.asp?CodSeccion=52

Colombia, país verosímil

Por: Hugo González Montalvo.
A las narraciones fantásticas que nos encantan sólo les exigimos que sean verosímiles. Es decir, no que sean verdad sino que se parezcan (similares) a la verdad (vero). Si la literatura fantástica es inverosímil pierde su encanto. En cambio, para poder sobrevivir con certeza en el mundo real, esperamos que las construcciones verbales con las que interactuamos correspondan, lo más fiel posible, a lo comprobable, a lo tangible. Esta exigencia es mayor cuando incursionamos en las ciencias, el mundo académico en general. Tal parece que hoy estamos ampliando las interacciones con la fantasía y reduciendo los contactos con el conocimiento proveniente de las ciencias. La anterior aseveración la expreso, después de hacer un recorrido rápido por el dial del receptor de radio o por varios canales de televisión. Es ofensivo para nuestra inteligencia, individual y colectiva, que de la manera más descarada todavía en pleno siglo XXI se continúen ofreciendo servicios que nos aseguren saber nuestro destino leyendo piedras, cartas, las estrellas, etc.; que se ofrezcan productos y tratamiento que curen de manera milagrosa enfermedades. Es grosero que a nombre de Dios, la Virgen o de todos los santos se nos ofrezca la salvación eterna si contribuimos, con dinero o bienes, a que crezca el patrimonio de algún hábil comunicador mediático con ínfulas de profeta.
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El encanto de lo verosímil (lo fantástico) es más efectivo cuando de la política se trata. En los medios masivos colombianos “expertos imparciales” recurren a los más descabellados argumentos cuando defienden a los gobernantes o cuando esconden algún interés económico particular en el tema que públicamente se debata en el momento. Algunos ejemplos. Se magnifican las mayorías internas y se burlan de los argumentos de las minorías de oposición. Se dice que la voz mayoritaria es la expresión de la sabiduría de Dios. En cambio, en Unasur, donde Colombia parece va en contravía de los intereses colectivos de la región, la voz mayoritaria es entonces nociva: la expresión de los demonios vecinos. ¿Qué podrán argumentar ahora los famosos “expertos” cuando el presidente Lugo de Paraguay decide vetar el ingreso a su país de una misión dirigida por militares de EE.UU. debido a que “hay un nuevo escenario en la región en términos de defensa, seguridad y soberanía" y por que "está muy cuestionada" la utilización de "unas bases colombianas”?
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Cuando la Corte Suprema declara que “la terna de candidatos a Fiscal General no es viable para votarla” uno espera coherencia del gobierno y de los postulados. De los postulados uno esperaría que renuncien. Ninguno de ellos podría aspirar a ser elegido sin portar un manto de dudas sobre su idoneidad. El gobierno debería pensar que el orgullo o la prepotencia no pueden ser suficientes razones frente a los magistrados de la Corte, que no son propiamente sus súbditos, y postular una nueva terna. El país se merece que estos asuntos trascendentales sean tratados con mayor sensatez. Tanto los medios como el gobierno deben recordar que no todos los colombianos consideran verosímiles sus discursos, aunque se sigan emitiendo con tanto entusiasmo para un supuesto país de ingenuos que se alimenta de sus fantasías mediáticas.
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La paz integral, un proyecto de todos.

Por: Hugo González Montalvo.
En las ultimas semanas he tenido la valiosa oportunidad de estar en contacto directo con miembros de diversas organizaciones sociales con motivo de la invitación de la Fundación Foro Costa Atlántica que coordina la realización de la Cumbre Social y Política del Departamento del Atlántico, ha realizarse en Barranquilla el próximo jueves 13. Algunos conceptos expresados en la preparación del evento recuerda lo evidente: vivimos el absurdo, pero lo aceptamos como normalidad (normopatía).
La mayoría de los ciudadanos de este país son víctimas de la violencia estructural, que consiste en el padecimiento físico, sicológico o moral por la insatisfacción de las necesidades humanas básicas. Muchos no lo perciben como violencia, porque no es ejercida por un sujeto directo, reconocible. Es la violencia cotidiana del inequitativo disfrute de los recursos como consecuencia de las actuales estructuras sociales y legales. Esto genera permanentes conflictos que explotan con violencia directa (agresiones domésticas, riñas, atracos, tomas de tierra y calles, vandalismos, barras bravas, terrorismo, etc.). EL Estado, los burócratas, las instituciones que lo sustentan culturalmente y los grupos poderosos que defienden con intransigencia sus intereses niegan la existencia de esta violencia estructural. Buscan razones y causas diferentes, evitando así resolver el conflicto principal: la desigualdad de oportunidades para vivir decentemente. Los subsidios están siendo efectivos como paliativos, los necesitados se aquietan, cesan sus demandas y se desorganizan peleando por migajas.
Es por eso que cuando se hable de paz debe entenderse como un proceso, un camino que se transita, en la búsqueda de la justicia y del cese de la violencia estructural. Reducir la paz al cese del conflicto armado es una táctica dilatoria que sólo aspira buenos resultados electorales. Cuando se plantea la paz integral es porque se entiende la complejidad de la vida social; la presencia de conflictos económicos, sociales, culturales, de género, etc., que hay que solucionar simultáneamente. Es sabido que los conflictos principales se pueden resolver en el poder político central, el ejecutivo y legislativo. La labor de alcaldes y gobernadores, concejos y asambleas se limita a administrar la injusticia social y hacerla soportable. En estas circunstancias es cuando la política es imprescindible como instrumento civilizado que le permite al ciudadano organizarse pacíficamente en partidos democráticos y aspirar a delegar su soberanía en personas decentes que procuren los cambios legales, constitucionales y administrativos que disminuyan la violencia estructural.
La paz Integral, la tranquilidad ciudadana de poder vivir con dignidad, debería ser un proyecto económico y social de toda la nación, a largo plazo. Con un propósito inmediato: iniciar diálogos de paz con los grupos violentos. Los recursos que se desperdician en la muerte y destrucción se requieren para invertirlos para la vida y la prosperidad colectiva. La paz Integral debería convertirse, para todos, en una utopía realizable.
Preguntas: ¿No es suficiente con el conflicto interno como para estar buscando nuevos con los vecinos? ¿No será otra estrategia para aglutinar respaldo a nombre de la patria?
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Esperanza de democracia permanente

Por Hugo González Montalvo.
Según cifras divulgadas por el DANE, tenemos veinte millones de pobres, y de esos pobres, ocho millones viven en la miseria. Un país con esos índices de injusticia social uno se lo imagina buscando alternativas para superar el presente ignominioso, pero sorprende que haya un buen número de colombianos que creen que es arriesgado un cambio y apoyan el referendo reeleccionista.
¿Pero hay opciones? Sabemos que actualmente en la gama de partidos políticos hay diferentes posturas frente la realidad social. Es decir, los electores sí tienen opciones al momento de decidir su futuro. Aunque no es clara su presentación ideológica, uno puede intentar agrupar los partidos por sus actuaciones. Repasémoslos brevemente.
Existen unos partidos que abogan para que el presente se eternice. Creen en la jerarquización de la sociedad, Dios supuestamente realizó la selección natural y tendríamos que aceptar resignados las grandes diferencias sociales que hoy prevalecen. Son los partidos conservadores, los actuales dominantes en el panorama político colombiano, que prefieren mantener el Estatus Quo: Partido Conservador, Partido de la U, sectores del Partido Liberal y Cambio Radical. Algunos, que se asumen como radicales de derecha, van más allá y reaccionan ante el presente, procuran llevar el presente a situaciones del pasado (sectores asociados con los Paramilitares).
Hay partidos que piensan que la realidad es injusta, pero que ésta no es por deficiencia estructural del sistema imperante sino por las malas administraciones de los gobiernos. Sus propuestas son de reajustes, reformas para que el presente cambie limitadamente. En Colombia el abanderado de las reformas ha sido el Partido Liberal. Hoy se sitúan también en este espectro de centro: Fajardo, los trillizos (Antanas Mockus, Enrique Peñalosa y Lucho Garzón) y sectores del Polo Democrático Alternativo.
Para otros partidos, en Colombia es necesaria una transformación. Creen que el sistema capitalista es injusto por naturaleza y que la mejor opción es empezar a construir de manera gradual el socialismo democrático: sectores del Polo Democrático Alternativo. Algunos, con menos paciencia, hablan de revolución; es decir, un proyecto de futuro que irrumpe en el presente. Pequeños grupos emancipadores invitan a la anarquía, un antipoder que niega todo poder. Su rebeldía del presente atrae el futuro: tribus urbanas, sindicalistas, feministas, ecologistas, pacifistas.
Están, igualmente, los grupos ilegales armados, terroristas, que buscan erigirse en un contrapoder subversivo. Estos grupos deberían aprovechar el reciente ofrecimiento de mediación de la Iglesia Católica colombiana y reintegrarse a la vida civilizada; como lo reclama la mayoría de la población. Además, en las zonas urbanas hay un poder de coacción que ejercen bandas delincuenciales, que evidencia la ausencia del Estado.
En medio de este panorama, es de admirar la emergencia de múltiples asociaciones de pobres y víctimas que desde la sociedad civil están transformando el dolor en acciones colectivas. Recorren la ecuación: dolor-saber-querer-poder-hacer. La creación de redes de la sociedad civil para influir en la opinión pública es motivo de esperanza: algún día viviremos en una democracia permanente, en un verdadero Estado Social de Derecho.
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