lunes, 8 de septiembre de 2008

Ante la crisis, más democracia

Por Hugo González Montalvo
En Colombia estamos siendo testigos de una encarnizada y desgastadora lucha entre los poderes del Estado. El Congreso desprestigiado por la ‘parapolítica’ ha perdido su solvencia moral para ser reconocido como el representante de la voluntad colectiva. Funcionarios del Gobierno central están siendo investigados judicialmente o están inmersos en escándalos relacionados con vínculos con las mafias. La Corte está siendo minada por el continuo cuestionamiento por parte del Ejecutivo. Se le califica como conspiradora y en la opinión se siembra la duda sobre su probidad. Ésta situación se percibe como una señal de inestabilidad institucional. La independencia del sistema judicial es una de las condiciones que caracteriza la vigencia de la democracia en un país. Ante la evidencia de un Estado fallido, algunos desadaptados confirman la idea de que a ellos les corresponde hacer justicia por sus propias manos.
Mapa de los Estados Fallidos http://www.fp-es.org/
El Estado colombiano se percibe como fallido, entre muchas razones, porque es incapaz de asegurar el derecho a la vida, el ejercicio de los derechos políticos y el goce de los derechos sociales. Para comprobar lo anterior, basta con mirar un noticiero de TV o leer cualquier periódico de la nación. De inmediato, uno se entera de la corrupción de los funcionarios, la ineficiencia de la burocracia estatal, la inoperancia de los órganos de control y la impunidad reinante. Hacen falta cordura y ética, tanto en el sector público como en el privado. Están ausentes la racionalidad en las decisiones y el control de las emociones en las declaraciones. No son razonables las actuaciones, los argumentos que se esgrimen están vacíos de lógica y dejan ver los intereses sectoriales que representan.

Si juzgáramos el comportamiento de la población ante estos graves hechos estaríamos tentados en repetir lo que algunos tratadistas del elitismo democrático han dicho: la democracia es el gobierno del político, “el ciudadano normal cuando penetra en la política, argumenta y analiza de una manera que él mismo calificaría como infantil si estuviese dentro de la esfera de sus intereses particulares” (Schumpeter). Por supuesto que no compartimos ésta opinión, pero así piensa un sector de nuestra dirigencia política. Sabemos que gran parte de la población está inconforme con su situación de pobreza pero no logra comprender, por falta de información, cuáles son las causas de su infortunio ni la manera de salir de él. Muchos de los dirigentes populares que hubiesen podido orientar a sus comunidades con el análisis e impulsar la gestión política fueron asesinados o están intimidados por las bandas armadas.
Vivimos en un mismo territorio pero en diferentes países, hay un país ideal que promueven algunos medios, existe un país pacificado y sin mayores problemas en la mente del Gobierno y un país real en el estómago de los desnutridos de Colombia.A la prensa, la radio y la televisión, como orientadores de la opinión política, les corresponde el deber moral de propiciar que nuevos y pacíficos vientos desplacen al actual aire contaminado que se respira en la política colombiana.
Estoy seguro que los ciudadanos en un momento de iluminación colectiva abandonarán la improductiva cultura de la queja y de la plegaria para acudir a la cultura de la acción política civilizada para superar sus problemas, para ello los partidos políticos, los actuales o nuevos, deberán democratizarse internamente y ofrecer confianza a la población. Como ven, hoy puedo pecar por optimista.


Publicado en el diario EL HERALDO de Barranquilla, Colombia.

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