lunes, 25 de agosto de 2008

Urbanidad y cultura ciudadana

Por: HUGO GONZÁLEZ MONTALVO

Si hacemos un recorrido por algunos sectores del centro de la ciudad y analizamos su aspecto, sus formas predominantes, es evidente el deterioro, la suciedad de las fachadas y la contaminación visual de muchos edificios. El abandono gubernamental, padecido por años, ha generado una especie de estética de la desidia. Los desdichados ciudadanos que sobreviven en sus calles han generado su propia estética de la indigencia. Y la invasión del espacio público con ventas de todo tipo, promovida por la politiquería, ha diseñado una grotesca estética de la corrupción. El panorama se torna muchas veces desagradable, deprimente. Frente a esta situación la población transita con total indiferencia, asume tales circunstancias como normales. Lo anterior es sólo un ejemplo de lo que sucede en la vida de la urbe. Es una mixtura de falta de educación, ausencia de civismo, de urbanidad, de cultura política y de ética en los asuntos públicos. Como por estos días se está hablando de cultura ciudadana, es conveniente que repasemos algunos conceptos.
La formación del “yo social” es consecuencia de la combinación de conocimientos, actitudes, normas y valores. Todos sabemos que la familia es fundamental como agente de socialización temprana de la cultura. En ella vamos adquirir por los hechos observados, experimentados y la repetición cotidiana de comportamientos unas determinadas pautas culturales. Si los padres tienen bajo nivel de estudios y su vida transcurre en el ‘rebusque’ para superar la pobreza, seguramente la formación cívica de los hijos tendrá deficiencias. ‘La imposición dulce’ de la ideología política hegemónica se produce mediante la familiarización de las costumbres de la sociedad. La persuasión de valores mediante discursos deliberados y aleccionadores por parte de líderes cívicos o religiosos es menos efectiva frente a la influencia de la experiencia: el mal ejemplo observado en casa, en el vecindario o las noticias actuales de funcionarios corruptos relacionados con las mafias, los ataques irrespetuosos a la Corte o la ‘Yidispolítica’.
La escuela es otro agente de socialización de la cultura política y ciudadana. En las aulas se enseña participación democrática pero con las prácticas autoritarias de los colegios los estudiantes se forman como seres sumisos. La Ley 115 de 1994 dice: uno de los fines de la educación será el pleno desarrollo de la personalidad dentro de un proceso de formación integral, física, psíquica, intelectual, moral, espiritual, social, afectiva, ética, cívica y demás valores humanos. Muy bonito, pero no se cumple. La Asociación Internacional para la Evaluación de la Educación (IEA) interrogó hace unos años a 90.000 estudiantes de grado octavo de 28 países sobre educación cívica (democracia, ciudadanía y valores políticos), nuestro país ocupó el último lugar.
Los medios de comunicación deberían ser los promotores de los valores cívicos. Sin embargo, en Colombia impulsan la actual tendencia de mentalidad de súbditos en la población (que ironía, The New York Times critica la reelección, examen que poco se hace en el país).
En la radio de la ciudad algunos locutores chapuceros fomentan la falta de urbanidad (la ‘corronchería’). La urbanidad son las formas, los modos, civilizados que los humanos hemos convenido para evitar la violencia. Necesitamos más bacanería, buenos modales, y menos chabacanería.
Conclusión: una campaña de cultura ciudadana debe incluir la disminución de la pobreza, ser gradual y a largo plazo.
Publicado en EL HERALDO

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