Por Hugo González M.
Sobre las motivaciones de las conductas humanas desde siempre se han lanzado diferentes hipótesis. De acuerdo con éstas, tomamos decisiones y esperamos que los otros actúen de determinada manera. Sabemos que como seres vivos estamos fuertemente motivados por el instinto de supervivencia, que nuestros genes conforman la fuerza poderosa que nos impulsa a escoger el placer y alejarnos del sufrimiento. Hay una memoria del dolor que escoge aquello que nos es más placentero. Existen motivos egoístas en las conductas de los humanos pero también impulsos altruistas que nos guían en la convivencia social.
Es decir, en un momento dado, tenemos que decidir entre lo que nos conviene y lo que nos perjudica. Es ahí donde surgen los conceptos de lo bueno y lo malo. Conceptos que se han aplicado a través de la historia de acuerdo con las conveniencias individuales, las concepciones culturales y las necesidades económicas de los pueblos. Para justificar conductas motivadas por el miedo, el hambre, el deseo sexual, el odio, la codicia o la ingratitud hemos descargado nuestras responsabilidades a las fuerzas mágicas y misteriosas de la naturaleza, al destino marcado por las estrellas o a la voluntad de un ser supraterrenal. No reconocemos, por falta de conciencia, que en el origen de nuestras decisiones, muchas veces, hay un fogonazo interior, intuitivo, que vence la lógica más aplastante. Lo anterior lo traigo a colación por la conocida crisis social que han representado las famosas pirámides. Es de suponer que debemos tener en asuntos como la administración de los pequeños recursos monetarios domésticos sumo cuidado, astucia en la planificación. Saber, por experiencia, que ofertas de exorbitantes ganancias en poco tiempo son sospechosas. Sin embargo, los ingenuos, los incautos siempre han existido. También los codiciosos, que con su aparente viveza son los primeros en caer en la trampa.
Es diciente el estado de desesperación de nuestra gente que frente a la crisis, a la pobreza, se arriesga a perderlo todo. El Estado no puede castigar antes que se haya cometido un delito pero si debe impedir que continúe su ejecución. En este caso, iniciada con una oferta, a todas luces, fraudulenta. Eso es lo que ha faltado, vigilancia y control. Es de anotar que nuestro pueblo es continuamente estafado, ha veces de manera legal y descarada, por políticos con irrealizables promesas de paz y prosperidad, por empresas de servicios que incumplen sus contratos, etc. Sin embargo existe una Colombia inteligente, que sabe que el trabajo y el estudio son la base del progreso. Esa Colombia sensata es la que necesitamos que se despierte y que por siempre destierre la cultura del enriquecimiento fácil e ilícito.
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Publicado en EL HERALDO como columna de opinión:
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