viernes, 5 de enero de 2007

El Caribe colombiano: entre el salvajismo violento y la decencia ciudadana.

La noticia: En Colombia en los últimos meses algunos funcionarios públicos y congresistas han sido acusados de haber realizado graves hechos delictuosos. Como muchos de ellos son oriundos del la costa caribe, columnistas de los principales diarios han calificado a todos los costeños como corruptos.

El comentario:
http://www.elheraldo.com.co/hoy061217/editorial/noti6.htm

Por los últimos acontecimientos nacionales a los caribeños colombianos se nos ha calificado de corruptos, las personas inteligentes saben que es simplemente una irresponsable generalización.

La región caribeña cuenta con una mayoritaria población decente. Es una multitud silenciosa y pacifica, integrada por personas de todas las edades, con suficiente ética, inteligencia y conocimiento para hacer el bien, para generar bienestar.

Sin embargo, por esto, no podemos negar el creciente deterioro de la moral en varias instancias de la vida social. La disminución de la exigencia de decencia es evidente. Reconocerlo no disminuye nuestra dignidad, al contrario, empeñarse en refutarlo aumenta la sospecha de ser cómplices de una situación que merece todo nuestro repudio.

Una circunstancia histórica superable.

Lo primero que debemos reconocer es que es una circunstancia histórica, superable, no es una tradición cultural ni, mucho menos, una absurda y supuesta condición genética.

Sabemos que las consecuencias de la injusta estructura socioeconómica crean las circunstancias propicias para que la violencia y el engaño se conviertan en un medio efectivo para la obtención rápida de dinero y reconocimiento social. La ley como mecanismo de cohesión social, parcialmente se cumple o no se hace cumplir del todo. Prima la impunidad.

Amplios sectores sociales, que se benefician indirectamente de la deshonestidad, callan. “El vivo”, el que sabe hacer bien la trampa, se está convirtiendo en un modelo de éxito social. Las costumbres se resquebrajan y las nuevas generaciones aprenden el descaro, la desvergüenza, por mera imitación.

Hacer el fraude se está transformando, de manera imperceptible, en un hábito aceptado. El rechazo comunitario al corrupto disminuye. El hambre se presenta como excusa para la complicidad.

Los malandrines instruidos, personas con una elevada formación académica y amplios conocimientos, pero sin ninguna ética, son los mejores en el timo. Ocupando los mejores puestos se aprovechan de la ignorancia de los más pobres.

La miseria de muchos se esconde con el triunfo de unos pocos.

Seguir negando la falta de repulsión social a la trasgresión de las normas es aumentar el problema. De nada sirve el cinismo de los bandidos al esconderlo, de forma habilidosa, detrás de los éxitos individuales y aislados de figuras de la literatura, la farándula o el deporte -García Márquez, Shakira, Rentería.

Muchas veces se justifica la pobreza llamándola de manera astuta: “realismo mágico”. La penuria se exhibe como folclorismo mercantil: la imagen de la sufrida palenquera vendedora de frutas se explota como símbolo exótico. La deficiencia en la educación musical se exalta como una cualidad que se debe conservar.

La religión, tergiversada, se manipula para fomentar el conformismo. Los intelectuales, en gran parte, están intimidados por las amenazas. Algunos se limitan a presentar inútiles elucubraciones abstractas, a perpetuar las nostalgias, a eludir la crudeza del presente. Otros se conforman con vivir a la sombra del poder.

Se divulga una pretendida identidad regional basada únicamente en valores arcaicos, rurales y premodernos. La vulgaridad, la chabacanería se presentan en los medios de comunicación como valores. Los chabacanes, los pícaros, son felices con la confusión. Los “perrateadores”, los saboteadores, hacen bulla, aplastan al decente.

La bacanería, la cortesía, las buenas maneras, son conductas que se extinguen. El civismo es cosa de tontos. Con el estridente volumen del equipo de sonido, que afecta a toda la vecindad, se ostenta un reciente poder o se oculta una frustración.

Por noticias en la prensa conocemos que son cada vez más los políticos, funcionarios, empresarios, comerciantes, industriales, profesionales, educadores, que por acción u omisión, se contaminan con la impudicia creciente.

Una asamblea regional constituyente

La solución a estos problemas, tan complejos, no será sincera ni eficaz sí solo la abordamos con retórica populista. Cualquier defensa patriotera de la región no es más que una forma ladina de ocultar lo que es innegable.

Lo urgente es la erradicación de la corrupción en todas las esferas de la vida social y que a la mayoría marginada se le ofrezca oportunidades reales de progresar económicamente, de educarse para la producción y la convivencia pacifica y decente.

La responsabilidad mayor recae en aquellos que detentan privilegios y gozan de sus beneficios. La ciudadanía debe directamente tomar partido proponiendo soluciones. Podemos y debemos recurrir y aprovecharnos de los avances tecnológicos, de la mundialización de la cultura.

Podríamos, en el extremo del entusiasmo, soñar y luchar por un futuro grato y gentil. Proponer algo parecido a una asamblea regional constituyente, para reordenarnos en la mayor cantidad de aspectos posibles. Donde surja un proyecto de región. Que nos permita integrarnos de manera más eficiente al país. Lo que hay que hacer para cambiar es mucho, tal vez nos llevará varias generaciones. Es deseable que la solución colectiva que se opte empiece a ejecutarse lo más pronto.

Optimismo, para que nadie pierda.

Aunque la tristeza de la situación nos amenace, los caribeños siempre optamos por la alegría. Esta vez, necesariamente, escogeremos una alegría responsable. El altruismo reciproco jamás lo hemos abandonado.

Por fortuna, los colombianos todos, mantenemos la esperanza de construir, con juego limpio, una sociedad justa, un país donde sencillamente nadie pierda.




3 comentarios:

Eche, yo. dijo...

Estoy de acuerdo contigo. Pero en mi opinión, considero que todo esto no es sino consecuencia del abandono estatal en esta, nuestra, región. No quiero ni imaginarme en las condiciones que se deben de encontrar otros lugares del país más abandonados como el Chocó y otras porciones de la costa Pacífica. Esto no se dió porque fuéramos así. La falta de presencia del Estado como control propició que el poder económico de ciertos individuos fuera traducible a poder político y, por qué no, militar.

Anónimo dijo...

El otro día viendo el canal del congreso vi a un parlamentario escudándose en García Márquez para esconder su propia culpa.
Los costeños ni somos ni mejores ni peores que las personas de otros lugares de Colombia. Cada región tiene sus pecados y sus virtudes. Se explican por su propia economía y su Historia.
Saludos a los caribanos.

Anónimo dijo...

Lo más importante es que de alguna manera estamos reaccionando. Empezar a pensar es empezar a luchar. Todos los pueblos del mundo en algún momento tuvieron que atravesar por la oscuridad profunda de las noches más tenebrosas. La luz del amanecer de nuestro querido Caribe la esperamos alborozados. Gracias por sus comentarios.